Los primeros biocombustibles que aparecieron en el mercado son los que utilizan materiales como la soja, las semillas de girasol o la caña de azúcar para la producción de biodiesel o bioetanol. Actualmente son los que se encuentran más desarrollados pero al estar basados en cultivos de los que se alimentan millones de personas ha surgido un conflicto ético que hace que se hayan dejado de ver como una alternativa viable.
En primer lugar al utilizar productos como la soja, que es básica en la alimentación de muchos pueblos, lo que ha ocurrido es que estos hayan subido de precio. Además, para conseguir cantidades de biocombustibles suficientes para abastecer el mercado ha sido necesario plantar grandes extensiones de terreno, contribuyendo en muchos casos a la deforestación de bosques.
A la búsqueda de alternativas
Tratando de encontrar alternativas más ecológicas se comienza a investigar con especies vegetales no comestibles o con deshechos que no alteren la cadena alimenticia ni dañen el medioambiente.
Los residuos agrícolas y los aceites usados comienzan a ser vistos como alternativas viables gracias a la hidrólisis enzimática, un proceso mediante el cual se liberan los azúcares de estos deshechos y se dejan fermentar consiguiendo etanol.
Día a día se va evolucionando más en este terreno y se han conseguido aprovechar especies venenosas, algas de bajo valor nutritivo y todo tipo de residuos procedentes de la agricultura.
Un paso más allá
Cuándo aun queda mucho por descubrir con los biocombustibles de segunda generación y son muchas las empresas que están invirtiendo en I + D para lograr avanzar en este campo, ya se comienza a hablar de los biocombustibles de tercera y cuarta generación.
Con el nombre de tercera generación se conocen a los biocombustibles basados en especies no comestibles de rápido crecimiento. Se trata de plantas que pueden ser cortadas para recolectarlas pero que siguen creciendo, tal como ocurre con la hierba de pasto.
Este tipo de plantas es cierto que no contienen tanto potencial como las utilizadas en los biocombustibles de primera generación, pero a cambio cuentan con la ventaja de que toda la planta puede ser utilizada para producir energía y no solo una parte de ella. Además, al crecer de forma continua y rápida, no es necesario dejar los campos en reposo.
La cuarta generación todavía está en estudio y aún no se ha conseguido obtener un resultado real, pero se trata resumidamente de producir estos combustibles a partir de bacterias genéticamente modificadas, empleando dióxido de carbono.